De las islas a la isla: 4,005 baleáricos en Puerto Rico y seguimos contando

De las islas a la isla: 4,005 baleáricos en Puerto Rico y seguimos contando

12 septiembre, 2016 Desactivado Por Sociedad Puertorriqueña de Genealogia

La número uno habla de Juan, de apellido desconocido y oficio desconocido, nacido en 1764 y muerto a los 39 años en Aguadilla; la última informa de Miguel Zavaleta Llompart, nacido en 1830, quien fallece a los 94 en Guayama y fue abogado, fiscal y juez. Entre medio de Juan y Miguel hay otras 4,003 fichas en esta lista de baleares que con infinita paciencia y acuciosa voluntad un grupo de voluntarios liderados por la Sociedad Puertorriqueña de Genealogía en conjunto con la Casa Balear recopiló por años para conformar el libro La aportación de los baleáricos a la familia puertorriqueña.

Sus nombres y santos y señas, así como los de sus familiares, los escasos datos que tenemos de algunos o las extensas referencias documentales de otros atestiguan, todos juntos, la presencia a lo largo y a lo ancho de la isla de Puerto Rico de miles de hombres y mujeres, muchos apenas adolescentes, otros ya curtidos por la vida, quienes emigraron a esta antilla y dejaron un rastro innegable en nuestro pueblo.

Precedido por seis ensayos sobre diversos aspectos sociales e históricos de los baleáricos y su relación con la isla, esta iniciativa de los estudiosos de genealogía nos muestra un mundo socioeconómico, cultural y político del que tantos baleáricos –mallorquines en su mayoría– participaron, sobre todo durante el siglo 19.

La presidente actual de la Sociedad Genealógica Puertorriqueña, la doctora Norma Feliberti Aldebol, gestora del libro, explica en su presentación que este proyecto se pudo lograr gracias a la labor incondicional de miembros de ambas organizaciones cuyos representantes entusiastas –entre ellos estudiosos de la presencia de Mallorca en Puerto Rico como el padre Jaime Oliver, Mary Miranda y Miguel Casillas– así como de más de cuarenta voluntarios que recopilaron los datos para el catálogo. Resalta sobre todo, el trabajo de la coordinadora, Ana Maggie Romanillos, investigadora quien durante casi siete años se dedicó a auscultar documentos y a organizar y procesar las 4,005 fichas biográficas que les iban mandando miembros de la Sociedad, la Casa Balear y otros colaboradores. Porque al parecer fueron muchos a los que este proyecto atrajo. Y no es para menos.

En un país en el que no sabemos hacia dónde vamos, nos trae solaz tratar de comprender de dónde venimos. Pero no solo solaz; también nos trae certezas y nos ilumina un poco el camino averiguar cuál fue nuestra historia amplia, no solo la de gestas de “hombres ilustres” cuyos estatuas figuran en las plazas de la isla, o la de acciones de déspotas que quisiéramos olvidar, sino la de la vida cotidiana de los no recordados excepto por una foto, una fe de bautismo o alguna carta que sus descendientes hayan heredado.

El verdadero siglo desarrollador de Puerto Rico es el 19 y, comenzando con la Cédula de Gracia de 1815, durante los próximos 100 años llegarán a la isla y se quedarán a trabajarla y a vivirla miles y miles de hombres y mujeres oriundos del Viejo Mundo. Nuestra población ya estaba conformada, desde los siglos fundadores, con remesas de españoles –buscadores de oro, bastardos buscadores de estirpe, agricultores buscadores de terrenos–, con taínos que sobrevivieron las matanzas, y con africanos –unos libertos, los más esclavizados–. Pero la población de la isla de San Juan con su Puerto Rico había mermado.

Con la cédula llegarán europeos de otros países: corsos, irlandeses, ingleses, alemanes, italianos. Y, a la par, buscando comercio o escapando a la Peste, las hambrunas o las plagas que secaban huertos y sembradíos emigrarán por miles españoles que, por lo cercano en el tiempo de su llegada, dejarán una huella cultural y étnica reciente e innegable en nuestra historia. Canarios, asturianos, gallegos, catalanes y baleáricos arriban por cientos; unos solo vendrán a tratar de gestionar riquezas para volver como “indianos” a sus pueblos de origen. Los más, se fundirán con los criollos a lo largo del siglo 19 y principios del 20 y aunque muchos sepan de sus orígenes baleares, su identidad isleña será la de puertorriqueños.

Ahora, este libro amplio y revelador sirve de base para comenzar a destacar la presencia de los mallorquines y otros baleares en la vida de nuestro país. Las 4,005 breves biografías atestiguan el enorme insumo de hombres y mujeres de Mallorca, Menorca e Ibiza que arribaron por nuestras costas y fundaron comercios, colmados, haciendas; que trabajaron las fincas y que escalaron posiciones de poder, como suelen hacer en cuanto pueden todos los grupos de emigrantes para defender sus intereses, hasta llegar a dominar desde alcaldías costeras del litoral norte y este, hasta muchas de las exitosas haciendas cafetaleras del centro-sur de Puerto Rico y latifundios cañeros desde Arecibo hasta Caguas.

Pero en realidad, al uno leer estas fichas biográficas se da cuenta de que llegaron baleáricos de todos los oficios y profesiones: desde marineros hasta toneleros; desde abogados hasta médicos, desde soldados, jornaleros, agricultores y panaderos hasta administradores de aduana, dependientes de lencería, sacerdotes y capataces de fincas. Tristemente, poco dicen los documentos antiguos sobre los oficios de las mujeres, englobando todas sus destrezas en el genérico “dedicada a los quehaceres del hogar” o, peor aún, “a labores de su sexo”.

Los seis ensayos que complementan el libro añaden una dimensión necesaria para uno comenzar a entender esta gran migración balear. Antoni Quetglas Cifre, historiador especializado en la emigración mallorquina, analiza en sus Notas sobre el fenómeno migratorio de Sóller a Puerto Rico la importancia del legendario puerto de Sóller desde donde emigró una gran mayoría hacia las Antillas. Por su parte, en Los baleáricos en Puerto Rico, el profesor Ricardo R. Camuñas explora, entro otros aspectos, la transformación de la industria cafetalera y del comercio que llevaron a cabo familias mallorquinas en Puerto Rico.

Al doctor Fernando Picó, le correspondió la grata tarea de analizar uno de esos hallazgos cuasi milagrosos de nuestra historia: las 600 cartas que un estudiante universitario encontró por casualidad en una estructura abandonada en las montañas del centro-oeste de Puerto Rico en los 1980 y que afortunadamente salvó y entregó al Centro de Investigaciones Históricas del Recinto de Río Piedras de la UPR. Son cartas que el mallorquín José Ramis de Ayreflor recibió de su familia entre 1911 y 1933, y Picó estudia a través de éstas ese vínculo familiar de vida cotidiana entre el hijo enviado a las Américas a trabajar de sol a sol para sostener a su familia en Mallorca, así como la vida de subsistencia de un asalariado emigrante prácticamente a merced de sus amos.

El catedrático Tomás Sarramía presenta otro aspecto interesantísimo de la aportación balear a Puerto Rico: la presencia del impresor mallorquín Ignacio Guasp en la primera mitad del siglo 19 en San Juan y su legado incuestionable en nuestro desarrollo cultural. En el ensayo Impulso del mallorquín Ignacio Guasp en las letras puertorriqueñas, el doctor Sarramía señala la gestión de Ignacio Guasp en el periódico Boletín Instructivo y Mercantil de Puerto Rico, así como su labor como recopilador del libro con el que se considera comienza oficialmente la literatura puertorriqueña, el Aguinaldo de Puerto Rico, de 1843, y como gestor del que le sigue, elAguinaldo de 1846.

Un aspecto de la historia mallorquina que siempre impacta a quienes comienzan a conocerla: la marginalización de los judíos conversos mallorquines, llamados despectivamente “chuetas” por los “viejos cristianos” es el tema que trabaja el doctor Ignacio Olazagasti en este libro. En su ensayo Notas para la historia de los judíos “chuetas” de las Islas Baleares, compara, además, cómo se altera esa diferenciación al emigrar a Puerto Rico muchos descendientes de judíos mallorquines.

Y, para analizar las 4,005 minibiografías del libro, la doctora Dámaris Mercado Martínez contextualiza la presencia de estos emigrantes en su artículo Indicadores de análisis histórico, social, cultural y demográfico de las fichas de inmigrantes de las islas baleares a Puerto Rico en el siglo XIX.

El libro cuenta, al final, con una sección de fotos y documentos enviados por algunos colaboradores auxiliares, complementando así lo que los datos recopilados nos han suministrado. La aportación de los baleáricos a la familia puertorriqueña, con esta amplia lista de ancestros venidos a las Antillas, y estos ensayos que dan trasfondo a esa emigración, se suma a las investigaciones genealógicas, arquitectónicas e históricas que se han hecho recientemente sobre los corsos, gallegos, canarios y otros grupos que configuran, de hecho, parte de nuestra identidad.

Es posible que la mayoría de los puertorriqueños solo conozcan como herencia balear las “mallorcas”, como llamamos en la isla a las ensaimadas pequeñas con que muchos desayunamos, pero la presencia de mallorquines, menorquines e ibicencos (parece que de Formentera no llegó nadie) y su rastro en nuestra cultura, en nuestros genes, en nuestro devenir político, económico y social comienza a ampliarse, al fin, con libros como éste.

Por: Magali García Ramis – http://dialogoupr.com/